Huir hacia adelante.

(No lo he hecho mucho aquí, pero a modo de cierta despedida -tengo demasiado abandonado esto y de momento pocas ganas de retomarlo- escribiré una historia de ficción)






Se despertó en el laberinto sin recordar como había llegado ahí. Lo último que recordaba era estar tranquilo en su casa, relajado y sin ninguna preocupación. Entonces llegaron ellos, los hombres de gris, lo maniataron y lo noquearon.

Y ahora estaba dentro del laberinto. Estaba oscuro y, por lo que parecía, de momento solo podía tomar una dirección y su cuerpo, cargado de adrenalina, nerviosismo y miedo comenzó a correr casi por su cuenta. No sabía a donde iba ni donde dirigirse, solo corría porque de momento, correr en busca de una salida parecía lo más adecuado.

Corría y corría y el camino parecía no acabar nunca hasta que de pronto chocó de bruces contra un muro.

"¿Cómo he podido no verlo?" se preguntó "Hace un segundo me pareció que el camino continuaba".

Extrañado y dolorido por el golpe se dio la vuelta buscando otro camino.

A la derecha. Esa parecía la mejor opción. De nuevo, impulsado más por su instinto de supervivencia que por su cerebro echó a correr de nuevo y cuando no llevaba ni una hora corriendo chocó contra otro muro. Más sorprendido que dañado, preguntándose como había podido pasarle de nuevo volvió a echar a correr. Antes de darse cuenta estaba frente a otro muro.

Giro a la izquierda. Un muro. Giro a la derecha. Otro muro. Decidió dejar de alternar y cada vez que giraba seguía encontrándose una y otra vez con los mismos muros que aparecían sin previo aviso frente a él. Pero no desesperaba y seguía corriendo porque en su cabeza, correr era la mejor opción. Siempre lo había sido. Huir hacia adelante. Si un camino no funcionaba, tomar el primer desvió que encontrase y continuar, nunca detenerse. Así era su vida.

Y al final se encontró con el último muro. Chocó contra él, como había chocado las otras ciento cincuenta veces y se dio la vuelta como las ciento cincuenta veces anteriores buscando un nuevo camino. Pero esta vez se llevó una sorpresa; No había otro camino. Paralizado por el miedo se sentó. No sabía que hacer. Se le habían terminado las opciones y si algo había aprendido corriendo toda su vida era que perder todos los caminos suponía estar perdido, y nada le daba más miedo que estar perdido.

Fue entonces, cuando se sintió verdaderamente acorralado por primera vez en su vida, cuando huir había dejado de ser una opción que tuvo un momento para pensar y descubrió el secreto del laberinto. Los muros no estaban ahí. El corría y aparecían, y cuanto más corría y más aparecían, más duros y altos parecían volverse. Aquello era una locura pero las grandes ideas siempre lo habían parecido. Tal vez el problema no fuese de los muros si no de su falta de perspectiva a la hora de enfrentarse a ellos.

Sin nada que perder ya se puso en pie y caminó sobre sus propios pasos hasta llegar al primer muro. El que parecía más débil y corto.

Cuando se armó del valor suficiente comenzó a derribarlo.








(no es el final del blog, pero de momento no me apetece escribir más)

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